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Amadiel Leopoldo Rojas Galleguillos (67) se crió en la calle Aldunate, en el sector céntrico de Coquimbo, sus primeros recuerdos de la infancia, lo llevan a la  edad de cinco años, cuando sus padres se separan quedando él, su hermano Carlos Rojas Galleguillos con su madre Eliana Jesús Galleguillos. Tiempo después,  sus abuelos Lidia Galleguillos y  Luciano Flores deciden llevarse a su hermano menor para criarlo y él se quedó con su madre

En su niñez  se reunían con la familia de su abuelo Luciano, sin embargo, él no  sentía ser  parte de ellos, ya que prácticamente fue criado solito, siendo desde muy niño un luchador.

 

Otros de sus recuerdos, fue cuando por primera vez escuchó un disco de vinilo de Paul Anka (que fue inolvidable para él), en la casa de su amigo de infancia, Leoncio Henríquez, cuya familia era la dueña  de una de las ferreterías más conocidas en Coquimbo.

 

Uno de sus travesuras que se rescatan del baúl de su niñez era el arrancarse de la casa a recorrer el puerto y sin avisar a su madre. En una oportunidad se arrancó a la ciudad  de Santiago en un camión, y estuvo alrededor de 4 días. Regresando de la misma forma a Coquimbo. Agrega que en Coquimbo su madre lo buscó por todas partes y que hasta en Santiago llegó la noticia de un niño perdido. Al regresar a casa, su madre  lo esperaba muy preocupada y molesta a la vez. Castigándolo posteriormente.

Leopoldo afirma que “el rol que cumple la madre, en esta situación, de Papá y Mamá es muy valioso y  es la experiencia de vida que me tocó”.  Su memoria evoca sus recuerdo de niñez  junto a su madre y comenta  que  cuando él tenía la edad de 8 años su  madre o como se refiere a ella con cariño  “su vieja”,  trabajaba lavando ropa.  A él  le tocaba la tarea de entregar la ropa que su madre lavaba y a su vez, ir a buscar ropa para lavar. Era la forma en que se sustentaban económicamente.

En su época de estudiante, en la escuela nº3, que quedaba en la calle Doctor Marín, regresan a su memoria los juegos, que como estudiante de básica, en el recreo  compartía con sus compañeros.  Los  tarros lecheros con cuerdas, que los usaban como zancos para hacer competencias de  carreras. Y que más de alguno de ellos se cayó y se quebró el píe.  Jugaban también a las bolitas, pero no con bolitas de vidrio como ahora, si no que eran bolitas de piedra.

Comenta que  cuando niño, en Coquimbo era común la llegada de barcos, y tal como ahora, se podía subir a conocerlos,  pero en ese tiempo te invitaban a tomar onces. Toda la gente que iba a los barcos iba a tomar tecito. Junto a otros niños estábamos como números pegados, barco que llegaba teníamos que recorrerlo.

 

En otra oportunidad, en el sector de la Pampilla, se realizaban los ejercicios de la Armada. Veía que  bajaban todas las tropas de los barcos y se venían desfilando por calle Aldunate, subían por donde él vivía y se iban por calle Ossandón.  Desfilando  una gran cantidad de marinos, todos esos eran alrededor de unos 1500, 2000 viejos, y todos bien ordenaditos de cada barco.

“Nosotros, una pelotera de cabros chicos atrás, pero ¿Por qué íbamos?, porque a las diez de la mañana se le daban el coffe break  que se le llama ahora, a todos los marinos.  Ya como los marinos estaban acostumbrados  a que les dieran el sanguichito, los juguito, ellos regalaban las colaciones los niños chicos. Empezamos a reunir sándwiches después de haber estado entre tantos uniformados”.

 

Hoy casado y  con 4 hijos, comenta que es fundamental la relación familiar para un niño, “yo no tuve la suerte de contar con mi padre  y mi hermano en mi niñez, con mi viejita batallamos siempre, fui criado como un niño solo”.  A sus hijos ha sabido transmitir la importancia de la unidad familiar y que hasta el día de hoy se proyecta  a las familias de cada uno de ellos.

 

                             "mi infancia la viví con los ojos de mis hijos"

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